miércoles, 14 de diciembre de 2016

PAN DULCE EN MEDIO DE LA NOCHE





Caminando hacia Belén van las ovejas. Las hay gordas y flacas, de todo tamaño, de todo género, de todo partido, de Boca y de River, derechistas y zurdas, peleadoras y panchas, peronistas y anti peronistas, pro milicas y anarquistas,  católicas, evangélicas,  agnósticas y ateas. Unas putitas y unos putitos, todas fanáticas de Carnaval, casi todas tirando para la chupa, muchas traviesas, loquitas, avispadas o medio apagadas. Varias tontas. Unas pitucas. Otras malcriadas. Todas hijas e hijos de Pachamama, de Yavé, de Alá, del Sol, de la Tierra, de san Antonio, de san Marcos, de la Virgen Señor San José y de la Virgen de la Candelaria del Abra de Punta Corral. Las hay de cada color bajo el cielo; incluso las hay que son blanquitas.

Van para Belén. Para los que no saben, “Belén”, es un nombre de ciudad que quiere decir “Casa del Pan”. Interesante. Toda esa mescolanza de ovejas abigarradas busca lo mismo: el pan. Pan de trigo, pan de maíz, pan de quínoa, de soja o de cactus, pan dulce. Pan quieren aunque fuera solo “carnada” de politiqueros para pescar votos. Pero antes que nada, quieren el pan de la salud, el pan de un trabajo digno, un pan que les haga llegar al fin de mes con vida, un pan que les permita dar lo mejor a sus hijos e hijas. Todas esas ovejas quieren pan, por sobre todo ese rico pan de ser reconocidas como gente, de ser respetadas y, en lo posible, de ser abrazadas con cariño.

Y bueno, algunos que lo han visto, dicen que en Belén, en una cueva, en un ranchito, en un establo, entre animales nació una guagua morenita de una chica y un chico del pueblo. Esa guagua, dicen, no hace diferencias entre las personas. Para ese niño, buenos y malos, santos y pecadores son todos amigos. Al más malo lo mira igual que al más bueno, y le hace sentir con una sonrisa de niño juguetón  que  también él es hijo de Dios. Dios sabe por qué uno es maluco. Uno es malo porque no ha sido amado cuando era chiquito. O ha sido mal amado. O no suficientemente amado. Y nada más.  Todos los males vienen de allá, de esa herida profunda, que viene de muy lejos. Casi incurable. Que todos la tenemos muy adentro, de una forma u otra y en diversos grados.

Esa guagua de Belén nos ofrece el pan que buscamos. Pues de  chiquilín, llegará a ser no sólo un hombre, sino un “humano”, es decir un hombre completo. A los ciegos y a los que ven, a los sonsos y a los cuerdos, a las ovejas chuecas y a todos los heridos y heridas del mundo él nos va a amar hasta arrancarse las tripas. Más allá de los colores, de nuestras diferencias, de lo bueno o de lo malo que seamos, nos mostrará a cada uno y cada una de nosotros que  somos primera y fundamentalmente súper amados de Dios. Todo lo demás: cambiar de vida, cambiar de mente, cambiar de corazón, cambiar las estructuras, cambiar al mundo de pies a cabeza, etc., todo aquello ha de salir de esa noticia, si es que esa noticia nos puede llegar hasta los tuétanos.

Eso mismo de que todos y todas somos requeté súper amados - Y SIN CONDICIÓN - por Aquel que llamamos Dios, es la gran verdad que ilumina al mundo, es la estrella resplandeciente que ilumina nuestra noche.  Esa gran verdad no es blablablá. Esa verdad  se ha hecho realidad concreta, se ha hecho carne y hueso en la persona, en la vida, en el caminar, en la entrega total de Jesús. Ovejas del mundo, lindas y menos lindas: ¡“Tomad y Comed”, ése es EL PAN!  

Belén, “la Casa del Pan”, está en los tuétanos que se dejan energizar  por la Buena Notica del Niño de Belén. De allí arranca el gran camino de la vida.


                                                               Eloy Roy

A continuación: una versión del artículo que escribí en francés sobre el mismo tema pero con un acento menos "regional" y más abierto a la gran familia humana. Una traducción de Susana Merino. 

CAMINO HACIA EL PAN
 Eloy Roy
En estos días, teleguiados por un simpático compañero de ruta (mitad quebeco, mitad extraterrestre) acampando en Akatsutsumi,* una avalancha de corderos avanza desde Tokio hacia Belén. Los hay de todas clases. De cartón, de papel de arroz, de papel maché, de plástico, de metal y de madera; algunos hasta ¡de lana! Una caravana extremadamente “cool”. Grandes, pequeños, tiernos, cabezones, gruñones, delicados, alocados, espartanos… No hay solo blancos, hay muchos negros, morenos y de todos los tonos del beige. Algunos tienden al  color marfil y tienen los ojos rasgados. La mayor parte ni siquiera sabe por qué están en la ruta, pero todos caminan. Y todas, porque los hay tanto machos como hembras, ovejas si se quiere, con compañeros carneros muy tiernos también. Son los peregrinos de nuestro mundo. Somos nosotros.

Como nosotros: serios, locos, soñadores, malos y buenos. Tortugas, liebres, conejos prolíficos, amantes de los deportes extremos, duros... De todas las razas, de todos los colores, con miles de mezclas y de matices. De todas las lenguas. De todas las religiones también. Hay corderos budistas, corderos protestantes, ortodoxos, católicos, corderos musulmanes,  sunitas y chiitas por supuesto. También hay judíos evidentemente También hay hindúes y adeptos a religiones cósmicas. Hay progresistas y tradicionalistas, creyentes que son verdaderos ateos,  e incrédulos que son más creyentes de lo que imaginan. Los corderos no se conocen bien, desconfían unos de otros, se atraen, se rechazan, oscilan, cantan, lloran, se divierten, se odian y se aman. No saben demasiado bien hacia donde van pero van.

Los corderos de Akatsutsumi oyeron la palabra “Belén”  y van hacia allí. ¿Por qué Belén? No saben demasiado de qué se trata pero perciben  que algo está pasando allí. Algo importante. No saben que Belén significa “la Casa del Pan”. Ah ah!. ¿Será por eso que van hacia allí?... “Casa del Pan” es un nombre que huele bien. Unas palabras que atraen a todo el mundo, hasta a los corderos que ni siquiera comen pan…Porque lo que atrae es el olor, el olor del buen pan caliente, que sale del horno bien dorado… ¿Existe algún otro olor más dulce sobre la Tierra?

Esos corderos que caminan son la humanidad que se dirige hacia el Pan. Poco importa  se venga,  de donde se venga, o se sea quien sea, todos y todas caminamos hacia el Pan. No importa qué clase de pan. Pan de harina de trigo, de harina de maíz, de arroz, de mijo, de sorgo, pan hecho con toda clase de cereales, con todas las plantas, con todas las esencias, con todas las hambres. Hambre del estómago, del corazón, del espíritu, del alma. Hambre de justicia, de verdad y de dignidad. Hambre de amor, de consuelo y de ternura. Hambre de belleza. De unidad, de perdón, hambre de paz. También hambre de Dios. ¡Y sí!
A lo largo del camino algunos van de prisa, otros se cornean, algunos se odian y se pelean, otros incluso se aman y se ayudan mutuamente.

Somos una banda disparatada, alegre y desdichada, generosa y malvada, sana y sufriente, pero lo que nos une es el hambre. Es el hambre el que, más allá de nuestras locuras, nos une en el camino del pan.

Las flores del Corán, las flores de la Biblia, las flores de la gran sabiduría de los humanos han producido espigas que han sido trituradas y hechas pan. Un pan bueno para el corazón y para nuestras vidas. En Belén está el pan vivo. Es uno de nosotros. Ha llegado hasta nosotros en una cuna, ha sido triturado en la cruz, como el trigo. “Tomen y coman. Mi vida es un pan. Un buen pan. Para la vida del mundo”.

Tú, mi querida Alepo, tú, mi amiga musulmana, con velo o sin velo, tú, hombre orgulloso y tú, mujer que estás de pié al frente de todas las familias de la tierra, tú el pequeño, tú el despreciado, tú el enfermo, tú el prisionero, tú el minusválido, tú el enfermo, tú el viejo abandonado, tú el pobre (sacramento, signo sagrado, represen tantee ante Dios  de por  lo menos la mitad de la humanidad), yo no puedo abrazarte… Uno se lastima cuando se acerca demasiado al otro. Hay muros entre nosotros, aún entre las personas que más se quieren. Es imposible juntarse de verdad. Uno sigue lejos aun cuando está cerca. Quisiera darte todo, pero nada tengo. Quisiera hacer todo por ti pero no hago nada. Soy pobre.

Todos somos pobres. Que por lo menos este olor del buen pan, que se ha ido dorando despacio al calor de mi corazón, que este dulce olor llegue hasta tu propio corazón. Quiero que seas feliz. Aunque no nos veamos, y aunque no lleguemos a vernos nunca, solo tu felicidad me hará verdaderamente feliz.

Todos los animales de la Tierra, los pájaros, los peces y todas las bestezuelas del mundo os abrazo. Árboles todos, todas las plantas, todas las rocas y todos los astros del cielo, os amo. A través de vosotros y a través de todos los seres humanos toco lo inalcanzable, veo lo invisible.

Todo comienza por el corazón, creo que es el único camino que conduce a la Casa del Pan.
                                ¡Feliz Navidad, Felices Fiestas!

*Un barrio de Tokio



viernes, 2 de diciembre de 2016

CASTRO MÍTICO




                                                                                                  Internet                  
                                
                                  No hay opresores buenos, ni oprimidos malos

No te quiero ofender, Fidel, pero me pregunto cómo has podido dejarte ganar por Nelson Mandela.

Desafiar el apartheid de África del Sur era muy bravo. Tan bravo como afrontar a los canallas que habían hecho de Cuba el burdel de los Estados Unidos. Te rebelaste, Fidel, y Mandela también. Ayudados por la CIA (¡está en todas partes!), los sanguinarios mandones de África del Sur echaron a Nelson en cana. Quedó encerrado unos 27 años. Pero allí creció. Tanto creció que, desde el calabozo,  llegó a ser como un dios para su pueblo. Un dios como lo eras tú también en Cuba.

Cuando lo soltaron, Nelson era la chispa que los oprimidos esperaban para meterle candela a todo y acabar con los  asesinos de la patria. Pero él no tomó ese camino. Eligió hacer una revolución distinta.

Animado por una fuerza interior que había desarrollado en la cárcel, se negó rotundamente a combatir el odio por el odio, la mentira por la mentira, la injusticia por la injusticia, la tiranía por la tiranía.

Tú también, mi querido Fidel, hiciste algo grande. Desafiaste al Imperio yanqui durante cincuenta años y te convertiste en el abanderado de los oprimidos del mundo. Por tu valentía  y tu brillo te ganaste el corazón de gran parte de tu pueblo en tu país y en muchas partes del mundo. A tu pueblo lo liberaste del analfabetismo y le ofreciste la mejor medicina del mundo. Enviaste legiones de médicos y profesores cubanos en ayuda a las regiones más abandonadas de varios países empobrecidos. Hiciste guerras discutibles, pero pareciera que una de ellas fuera muy positiva para la liberación de África del Sur. Seguro que Mandela te lo habrá agradecido. Nadie va a negar las buenas cosas que hiciste, pero  las hay también que claman al cielo.

So pretexto de liberar a tu pueblo, lo has secuestrado. Le hiciste un lavado de cerebro y lo condenaste al silencio y a la escasez. Por cierto, los EE.UU te boicotearon, pero casi todo el  resto del planeta te apoyaba. Podías haber hecho negocios con la mayor parte del  mundo, pero preferiste que tu pueblo se estancara. Enviaste al paredón o mandaste a pudrirse en tus cárceles a millares de cubanos. Acorralaste al exilio a millares de otros (no eran todos admiradores de Batista ni colaboradores de la CIA). Millares de los tuyos se tiraron al mar sobre embarcaciones de fortuna con la esperanza de acceder a la libertad; centenares de ellos fueron a parar en la panza de los tiburones.  No todos eran traidores de la patria. Querían vivir, simplemente.


En eso, Fidel, no has sido un grande. Te comportaste a menudo como un delincuente, un poco como Pablo Escobar que fue endiosado por los que se aprovechaban de sus fechorías. Él era para ellos el héroe  y el ser más generoso del mundo. No por eso dejó de ser, como sabes, un gran cerdo.
  
Pareciera que en tu proyecto de revolución, no había más lugar que para ti. Nunca has admitido un error. La humildad, que es la fuerza de los grandes, no fue tu punto fuerte. Mandela tomó 27 años para conquistar esa fuerza, lo logró y fue grande. Lo más extraño, además,  es que a esa gran revolución que querías liberadora, le faltó… la libertad. Qué detalle ¿no?… No te hablo, por supuesto, de esa libertad loca del consumismo desenfrenado de la sociedad capitalista, sino de la simple libertad que hace que uno sea distinto de un títere. Solo eso.

Mi querido Fidel, como símbolo de resistencia al Gran Pulpo yanqui, te doy un 10 y te hago con amor un monumento entre Martí y Bolívar. Pero, por los fallos de tu mecánica mental que han causado tanto dolor y muerte inocentes e inútiles, yo tendría que ofrecerte un nicho entre Pinochet y….Batista. Lo siento.

Lo siento porque te tengo respeto por el bien que has hecho a pesar de todo,  y por la mucha gente que te tiene cariño. Para serte franco, deseo de todo corazón que donde estés Dios quiera que Mandela  no esté muy lejos. Me gustaría que él meta la cuchara para encontrarte compañeros de vida eterna más simpáticos que los Nerón de la Historia y los dos tipos que te mencioné. En todo caso, cuídate. Muchos de los que atentaron 638 veces contra tu vida (tal vez no tanto porque eras un malo sino porque no eras un malo del bando de ellos) ya colgaron los patines también. Capaz no te dejen en paz. Mucho trabajo para Mandela.

Reflexionando sobre tu vida, aguántame tres palabras más que  dirijo a la gente buena que desearía hacer la revolución con un mínimo de disparates:

1-Que sea de izquierda o de derecha, ningún opresor es bueno, y ningún oprimido es malo. La opresión es siempre un mal, incluso para la causa más linda del mundo.

2-Bueno o malo, todo ser humano es más grande que la ideología más perfecta  o la religión más santa.

3-Entramado con un amor visceral por la justicia y la libertad, el perdón, junto con la humildad, es la otra fuerza mayor que hace a los grandes.

                                  ¡VIVA LA REVOLUCIÓN!

Eloy Roy





miércoles, 31 de agosto de 2016

MI DRAGÓN




                                            Dedico estas líneas a mis chicos 

Dragoncito mío, eres el más macanudo de todos los dragones del  mundo. Tu mamá era una princesa salchicha, muy fina, que tuvo un affaire sulfuroso con un perro policía. De esa fusión atómica, querido Dragón, naciste como síntesis de la tesis y de la antítesis. Con vos se acabó la lucha de los contrarios y el choque perpetuo entre la inteligencia y el palo.

Treinta y cinco años atrás, cuando entraste en mi vida, en Tilcara, eras un cachorrito que un niño amoroso del pueblo había regalado a Edu, mi hijo. Él y yo te recibimos como una estrella caída del cielo. 

Tu niñez fue pura alegría y picardía… Creciste en sabiduría y, con el tiempo, llegaste a ser mi secretario y confidente. Después de cenar,  planchado como una carpeta sobre el piso, me escuchabas con infinita paciencia, aguantando mis monólogos de eterno soñador, en español y en francés. No me mirabas siempre con ojo aburrido, y tampoco rezongabas, pero cada tanto opinabas moviendo la cola.

Fuiste parte de la familia. Nuestras alegrías y penas las compartiste todas. Cuando Miriam, la mamá, estaba embarazada, no la dejabas a sol ni a sombra.  Por todas partes la acompañabas, cuidándola como la niña de tus ojos. Dejabas acercarse a ella solamente a los más íntimos. Para los demás más convenía que guardaran las distancias, si no te ponías malísimo, gruñendo y sacando los colmillos, dispuesto a defender hasta la muerte a la futura mamá y al tesoro que llevaba en su vientre.   

Cuando te hacías presente en el santuario de la iglesia, siempre te sacudías las pulgas y te rascabas ahí donde más pica, luego te acurrucabas sobre la alfombrita roja que te esperaba entre las dos patas de cardón de la mesa del altar. De ese lugar privilegiado escuchabas estoicamente mis interminables sermones,  a veces aprobándome de las orejas, otras veces   bostezando.

Eras sensual. Como a tu mamá, te encantaban todas las cosas dulces de la vida,  los almohadones, los sofás, el sillón dorado forrado de terciopelo episcopal… Pero eras también peleador, vago, callejero y sinvergüenza como tu papá. Podías ser elegante como un  príncipe pero muy a menudo, eras un desastre. 

Gran seductor, dejaste por un tiempo que te secuestrara una doctora que te bañaba, te perfumaba, te vestía de tul y te dejaba dormir en su cama entre sábanas de seda. Fuiste también por unos meses el consuelo de una maestra a la que cada día acompañabas caballerosamente sobre el senderito largo, empinado y sufrido que separa el pueblo de Tilcara de la escuelita de Alfarcito. La maestra, por cierto, te consentía todos los caprichos; de allí tu primorosa galantería con ella. Yo sospechaba que podías aprovecharte demasiado de esa gente buena que te malcriaba con tanto cariño. Lo sabías. Por eso, cuando de pura casualidad yo te pillaba en casa  de alguna persona generosa como Elisa, por ejemplo, volvías la cabeza a un lado fingiendo no haberme visto nunca. 

No hubo en toda Tilcara muchas familias que te hayan mirado como un extraño, ni mucha soledad que no hayas compartido. Y si los bombos, los sikus o la campana cascada de la iglesia no hubieran sido una tortura para tus oídos, con toda seguridad te hubieras destacado como uno de los bailarines más febriles de carnaval y un gran devoto de nuestras procesiones. Tampoco te hubieras perdido ninguna de esas manifestaciones pacíficamente bulliciosas en las que unos grupos lúcidos solían clamar en miles de tonos que a este mundo había que rehacerlo de pies a cabeza.

De hecho, creo que, más allá de tu amor a la buena vida, tenías en tu ADN una cierta debilidad por los pobres y la justicia, por la causa de los desaparecidos de la Dictadura, por los derechos de la persona, por la liberación de la mujer y de la Madre Tierra, por la libertad y la democracia, por la afirmación de la identidad indígena, y por una Iglesia que no se encamara con la oligarquía y los milicos… Paro acá, si no, algunos van a pensar que estoy haciendo proyección...  En todo caso, creo que, al final,  llegaste a comprender mejor que yo que esas luchas entre buenos y malos son a la larga bastante autodestructivas, y que el camino para un futuro decente consiste antes que nada  en ser gauchos.

Pasabas noches enardecidas con la Primera Perra del pueblo en el techo de la casa del Intendente. Pero, a la salida del sol, rápido saltabas a la casa vecina de las Hermanas; te colabas a hurtadillas en la capillita de ellas y te sumabas a su oración de la mañana. Siempre te acurrucabas pegado a Luisa, la muy guapa y más anciana hermana de la comunidad. Era tu preferida. Como buena hija de san Francisco ella te mimaba como a un hijo. Sobre tu vida privada hacía la vista gorda y, entre dos salmos, te hacía cariños. Cada tarde, la Hermana Luisa salía al pueblo para ayudar al prójimo. Esto te venía de perillas. Te aprovechabas ese tiempo sagrado para pegarte una siesta monumental sobre la cama inmaculada de tu amiga. Así recargabas las baterías para tus próximas actividades nocturnas.

Te peleaste con los dogos más grandotes y malcriados de Tilcara, los que te tajaron la cara con sus colmillos y dejaron tu cuerpo cosido de cicatrices gloriosas. Conquistaste las perras más pitucas de la Villa veraniega y llenaste la comarca con un sinnúmero de retoños tuyos que hasta hoy continúan tu obra civilizadora.

Al cabo de la guerra de los misiles en la parroquia, no te rendiste al triste cura teutón que se había apoderado del templo y se aprestaba a lavar los cerebros del pueblo con su teología milica. No te dejaste amedrentar por él un solo instante, sino que, al oír en la iglesia el primer chirrido de su voz de lata,  te incorporaste de golpe de debajo del altar, tiraste una solemne meada a la pata de cardón, alzaste la frente, erguiste la cola y bajaste la nave central del templo con la dignidad recuperada de un Viltipoco vuelto a la vida. Nunca más volviste a pisar esa iglesia que amabas. Nunca más.

Dios había observado esa escena desde una ventana del cielo, y hasta hoy se acuerda del deleite que le habían causado tus agallas y la justeza de tu criterio.

Años más tarde, mientras yo disfrutaba de la hospitalidad legendaria de  los chinos del Imperio rojo, recibí de Tilcara una carta que me relataba con todo detalle cómo te habías despedido de esta Tierra. Un día, cargando a lomo tus dieciséis años de vida de perro, trepaste, una por una,  la mitad de las gradas de la empinada Escalinata para llegar casi moribundo a casa de Norma Maine y de sus dos hijos. Porque ése fue el santuario que habías elegido para cerrar los ojos.

Norma e hijos te acogieron con infinito cariño y te rodearon de ternura hasta tu último suspiro. Pero cuando la vieja de la guadaña estaba ya rondando, se te cayó de repente como una helada por todo el cuerpo y te pusiste a temblar sin parar, tiritando y castañeando los dientes…. Curiosamente, al viejo rey David (otro pícaro amado de Dios) se le dio un ataque similar unos días antes de liar el petate. Sólo poniéndole en la cama una linda chica llamada Abishag, fue como el viejo rey logró entrar un poco en calor y morir en paz. Norma e hijos no conocían esa bella historia, sin embargo te  hicieron un favor igual, Dragón querido, al pegar junto a tus huesos temblorosos el cuerpito calentito de una perrita amorosa prestada del vecino. Estaba escrito en el cielo que ibas a salir de este mundo con los mismos consuelos que el rey David, gran coleccionista de mujeres,  el mismísimo que, siendo chico y nada más que un pastorcito de ovejas, había derribado con su honda al terrorífico gigante Goliat.

Cuando empezaste a dar señas de que ya había llegado tu hora, Norma y los hijos se largaron a llorar a lágrima viva. La mujer suplicó a Dios de rodillas que le inspirara una acción tipo milagro que te ayudara a morir  sin sufrir. Al mismo instante cayó en la cuenta de que ya llevaba en la mano un jarro de agua y, sin más, ¡te bautizó!

Así que moriste católico, mi Dragón… No católico, por cierto,  de la Iglesia imperial de los cucuruchos dorados y de los jubilados de la Wehrmacht, sino de esa Iglesia “muy católica”, tierna y corajuda,  que es totalmente anónima y sin murallas; esa misma que está integrada por el pueblo sencillo, pecador, pícaro y bueno. Esa Iglesia a menudo hace cosas que no están autorizadas por los libros, pero siempre tiene buen corazón y  nunca se encuentra muy lejos de los pesebres y de los calvarios del mundo.

Tus tres ángeles de la Escalinata llevaron tu cuerpo a las faldas del Cerro Negro. Lo enterraron en secreto, a unos 300 metros más arriba de la cruz, mirando hacia el punto de donde cada mañana sale Tata Inti.  De allí tu almita de Dragón siguió viaje por el caminito en zigzag y casi ya borrado “que junta el valle con las estrellas”… Volviste a la misma estrella de la que habías venido.




                                                                     Eloy

miércoles, 8 de junio de 2016

JULIÁN, EL AUTOR DE LA BIBLIA

            


Para nuestra sensibilidad moderna, Julián Vézina*, gran misionero ante el Señor, no es un modelo para imitar. En todo caso, es inimitable.

En las montañas del sur de Honduras cuyo clima es muy caliente y la vida muy sacrificada, Julián es el hombre más libre del mundo.  Se olvida de comer, casi no duerme, no para. Tiene  la pasión de andar con los humildes, de agradarles y servirles.  Juega al gato y al ratón con los niños, saca los dientes a cuantos lo necesitan, y,  si no hay partera para atender a una parturienta, él hace de partero. Desempleo, no sabe lo que es.

Cuando uno es Julián Vézina, aún los niñitos de pecho integran la Cruzada Eucarística y reciben la santa comunión junto con los  adultos, sin confesión, vale decir… Para dirigir las bandas de música en las fiestas patrias, no hay quien compita con él. No hay tampoco un instrumento roto que no sepa arreglar ni uno que no sepa tocar. Escribe a máquina a velocidad de relámpago. A los campesinos desesperados que no tienen papelitos para comprobar que han nacido, Julián  les crea  sin pestañear documentos de identidad. Eso sucede allí donde los registros civiles han sido robados y los de la parroquia, quemados. ¿No tienes  partida de bautizo? Julián te soluciona esto en un santiamén. Él recoge los datos que la misma gente tiene en memoria. Si ésta vacila, la imaginación del padrecito suple. Así Julián va fabricando alegremente miles de documentos con sello, firma y todo. Al entregar el papel precioso a cada nuevo ciudadano, o ciudadana, dice nomás: ¡“Siguiente!”. Por cierto, no cobra nada. Frente a la casa parroquial, cada día las colas se hacen más largas….

Su catequesis utiliza una tecnología de última generación.  Bajo las estrellas de la noche, las paredes encaladas de las capillas sirven de pantallas a la proyección de las películas fabricadas por Julián. No las hay parecidas en el mundo. El material es transportado a través de las montañas por una caravana de siete u ocho mulas, de las que se destaca Anselma,  su mula preferida. Él mismo Julián realiza el montaje de sus películas con secuencias “prestadas” (para usar un eufemismo) de  otras películas de su colección privada. Las empalma  unas con otras siguiendo una trama surrealista cuyo secreto solo él conoce.  Escenas de animación sobre Jesús y María se entremezclan con aventuras de Mickey Mouse y de Tom and Jerry, seguidas por otros temas tan cruciales para la salvación como los goles más espectaculares del CH de Montreal en la serie final de la Copa Stanley, o el santo rosario en familia con el Cardenal Léger, sin olvidar a Cantinflas, ni a  los hermanos Max y tampoco las apariciones de Fátima…  

La fuerza física de Julián es herculina.  Un día, estando en Cuba -  antes de su desembarco en Honduras fue misionero en Filipinas y en Cuba - Julián sale a la calle vestido de  sotana blanca. De camino se topa con dos pesos pesados malcriados que lo tratan de maricón por salir así vestido de mujer. Sin decir ni mu, Julián los agarra a ambos por el pescuezo y, alzándoles al aire, los golpea cara contra cara como en los éxitos más geniales de los Tres chiflados.

La fuerza de nuestro Tarzán impone respeto. Los militares más pitbulls  y los presos más canallas lo saludan con prudencia. Cuando habla, no se escucha volar ni una mosca, y por muy increíbles que sean las  historias que él cuenta, todos lo creen.  Por ejemplo, para exhortar a los padres a criar a sus hijos como corresponde, les recuerda que, cuando estaba él en Cuba, Fidel Castro era chico; era incluso su monaguillo. Les dice: “Cuántas veces tuve que machacarle a la mamá que tenía que  mandar a su Fidelito al catecismo, pero esa mujer jamás me hizo caso. ¿Qué pasó? ¡El Fidelito se convirtió en ese tirano  barbudo que está asustando a medio mundo!”

Julián no impresiona sólo por sus músculos y sus historias, sino también por su candor y su ternura. Bajo su caparazón de boxeador, tiene un corazón de niño. Su arma preferida para abrir los corazones son los caramelos. Siempre tiene al alcance de la mano una bolsa llena de esas armas de conversión masiva para distribuirlas a los que el destino pone en su camino: a los chicos que lo toman por su papá, a las abuelitas que lo admiran como si fuera Diosito, a los policías armados hasta los dientes y que se creen dueños del mundo, y a los criminales más duros que odian a muerte al mundo entero. Con caramelos se hace amigo de  toda esa gente linda. Jesús dijo: “Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia”, pues bien, nuestro buen Julián cumple con esa bienaventuranza sembrando caramelos.

Sesenta años atrás, los sacerdotes tienen estrictamente prohibido  celebrar más de una misa por día, pero a  veces Julián celebra hasta cinco misas en un solo día.  A él lo que le importa no es la ley sino la gente. En su inmensa parroquia la gente vive dispersa en distintas aldeas, de las cuales muchas se encuentran muy lejos de la iglesia principal. Para Julián esto no es un problema: si la  gente no puede ir a la iglesia, la iglesia va a la gente.  En su primera misa de la mañana él consagra previamente las hostias y el vino que va a utilizar en sus “misas”  no autorizadas. El ritual de éstas se desarrolla siempre en forma  impecable  y  con piedad perfecta. Como todo se hace en latín y a voz baja, Julián no pronuncia las  palabras de la consagración y nadie se da cuenta…Ni dios se da cuenta de la trampita…  Desde la señal de la cruz del principio de la celebración hasta la bendición final, la misa dura apenas diez minutos, cantos y homilía incluidos. Nadie se queja.   

Si vives bajo el mismo techo que Julián, no te sorprenderás que  de tus sábanas, toallas, calzoncillos, camisas,  pantalones, calcetines, manteles de altar, sotanas y roquetes  cosas vayan desapareciendo como por encanto. Es la “mano invisible” de Julián la que ha pasado por allí. Ella te va desnudando sin violencia de tus prendas superfluas y con éstas viste a los desnudos.

Ese inefable camarada que saca a los que tienen para dar a los que no tienen, usa métodos más eficientes que el agua bendita para abrir los caminos de salvación. Con el Evangelio en una mano y  palos de dinamita en la otra, Julián hace volar todo lo que en la geografía atormentada del país bloquea el paso de la santa jeep del misionero.
Es así como la Buena Nueva termina llegando hasta los más lejanos.

Dice Jesús que Dios habla por la boca de los humildes, pues bien, por  boca de una abuelita campesina y su nietita muy avispada me vengo a enterar que solo los ignorantes pretenden que es el santo Papa quien  escribió la Biblia: “No es el Papa, pué, ¡es el Padre Julián!”…. ¡Qué se den por enterados los sabidos!

En la cárcel de Choluteca, el Padre Julián es capellán. Él es la alegría y el consuelo de los presos. Sucede que, en estos días, la cárcel prepara con febrilidad la visita oficial de la Primera Dama del país. Esperando que se muestre generosa para con  esta institución que se hunde en la miseria, Julián se encarga de organizar la recepción. Entre mil cosas enseña cuidadosamente a sus amigos presos – muchos de ellos  asesinos notorios - cómo deben aclamar a la augusta visitadora. Cuando llega por fin el gran día y que todo está listo, la Primera Dama, Doña Alejandrina Bermúdez de Villeda Morales se persona en la cárcel. Mientras una banda desafinada toca una música de fiesta, la Señora aparece al brazo del Padre Julián. Al instante un clamor sube al cielo. Pero lo que se oye no es: “¡Qué viva la Primera Dama!”, sino: “¡Qué viva el Padre Julián!” El pobre Julián está que se lo traga la tierra.  Gracias a Dios, Doña Alejandrina, que es muy católica y  misericordiosa, toma la cosa de buena cara y se ríe de corazón. Más adelante la Dirección de la prisión recibe de ella una generosa subvención. Sólo Dios sabe adónde habrá ido esa plata … Que si hubiera caído en manos de nuestro buen Robin Hood de Julián, los presos ya tendrían más cigarrillos para fumar, más tortillas para comer, acaso un pizarrón nuevo para estudiar y más de una visita al año de parte del médico.

Finalmente, después de años, ya envejecido y enfermo, el buen Padre Julián vuelve a su tierra natal de Québec en Canadá. Se instala en  San Cuthbert. Junto con su hermana, por lo menos un par de veces a la semana carga su auto viejo con mercaderías y ropa usada y sale a distribuirlas a los pobres. Hasta sus últimos días así sera la vida de él. 

Por cierto, Julián no fue ni un cura de Ars, ni un nuevo Moisés, ni un Che Guevara, ni una Madre Teresa, ni mucho menos un misionero reciclado modelo año 2000 y pico… Fue el “Padre Julián” nomás. Lo que es bastante.

Pese a que  él y yo fuéramos tan parecidos como el día y la noche,  a Julián siempre le tuve mucho cariño. Su partida me conmovió. Ese hombre había sido de verdad una maravilla de Dios.

Su cuerpo fue confiado a la Madre Tierra en el pequeño cementerio de las Misiones Extranjeras de la Isla Jesús, en la línea que separa el Valle del San Lorenzo de aquel territorio desconocido que los antepasados llamaban “las Indias Occidentales”. 

Allí se encuentra la tumba de Julián, al que unos pobres de este mundo estimaban ser “el autor de la Biblia”…  
                                                                  
                                                                   Eloy Roy



JULIEN VÉZINA, p.m.é.                                                                       
1913-1983
Misionero
En Filipinas : 1941-1945   
En Cuba : 1945-1956.         

En Honduras : 1956-1965

Falleció en LavaL, Québec, Canada, el 14 de febrero del 1983
            
          
                   


lunes, 9 de mayo de 2016

VOTAR POR LOS PERDEDORES


       
Si fuera yanqui yo votaría por Bernie Sanders. Porque es el más libre, el más humano, el más justo y el más auténtico de los candidatos para la Presidencia de los Estados Unidos.
Pero Bernie va a perder.
Para la mayoría de los norteamericanos - y de algunos que otros terráqueos,  la prioridad no es: más libertad, más humanidad, más justicia o más autenticidad - ¡qué va! -  sino más dinero, aún sucio y chorreando sangre…  
La verdad es que, fuera de la guita, poco le importa a la mayoría de la gente. “La mayoría”, digo, y no todo el mundo, porque una minoría con todo va a votar por Bernie.
2000 años atrás, yo hubiera votado por Jesús, ¿vio?
¿Por qué pues votar por los perdedores?...
Los jóvenes lo saben. Ellos se identifican con Bernie. Por instinto saben que las ideas de Bernie son de importancia mayor  para la democracia, la justicia social y la paz en el mundo. Saben  que si la humanidad ha de tener algún futuro, por allí anda la cosa. Los jóvenes  advierten eso, los jóvenes saben eso, los jóvenes votan Bernie. A través de los jóvenes s el futuro el que habla.
Jesús perdió. Su derrota fue aplastante. Fue enterrado. Pero no se enterraron ni su testimonio ni su palabra.

Pasa lo mismo con todos aquellos que se las juegan por la justicia y la fraternidad: en realidad, no pierden nunca. Está escrito en el cielo que ellos son y serán siempre los únicos ganadores de la Historia.

De momento Bernie va a perder. Pero, por las olas que él está levantando, Hillary no tiene más remedio que reorientar su  barco. De hecho, ella ya se está pegando menos a Wall Street y a las camarillas de Washington y se acerca cada vez más al pueblo ordinario. Ese es un paso adelante formidable. Si ella mantiene ese rumbo y gana la elección presidencial, será su victoria no cabe dudas, pero, de alguna forma Bernie no habrá perdido del todo. Digo yo.                                                       
                                                            Eloy Roy




martes, 26 de abril de 2016

LA BARCA GRANDE HECHA PEDAZOS

                                                                                                                                 Green Yatra

La Barca Grande es la Tierra. Es el Bien Común. Son los bienes materiales  y culturales básicos para que los hombres y las mujeres de todas partes tengan las mismas oportunidades. Estos bienes son: la Tierra, el aire, el agua, la dignidad, el respeto, la justicia, la libertad, la educación, la salud, el alojamiento, el trabajo, la seguridad, la paz y la belleza.

Pero la Barca Grande se está haciendo pedazos. ¿Quiénes la maltratan así? Aquellos que tienen hachas, sierras, martillos, clavos. Los conocemos bien. Están en los Gobiernos y en todos los sectores de la sociedad.  Quizá soy uno de ellos. Con las tablas que le sacamos a la Barca Grande nos fabricamos   yates o lanchitas. Y nos mandamos a mudar.

¿Pecado?... Cosa trasnochada por cierto. Pero fijémonos bien en el dibujo de arriba. Si aquella cosa trasnochada existe, ha de tener una cara como ésa.
                                                                                 
                                                                                                      Eloy


jueves, 7 de abril de 2016

José

JOSÉ


                                                                                                                   Foto: Genée Jerome

Viendo más allá de las apariencias

Martillo en mano, José hace descubrir a Jesús las maravillas que se esconden dentro de cada árbol. Le enseña a ver, más allá de las apariencias,  aquí, unas vigas para armar una casa, allí, una mesa, una puerta, un banco, un telar, una cuna o un cajón. Acá unos utensilios de cocina, una escudilla, un cubo para el pozo, unas herramientas para el cultivo de la tierra, allá, unas muletas para el tullido, unos zuecos para el pobre, un tonel para el vino…
A través de José, Jesús descubre que el árbol tan lleno de riquezas será sacrificado, pero que él no sufre por ello. Con solo saber que unos humanos, gracias a ese sacrificio, tendrán una vida menos sufrida, le trae mucha alegría al árbol.
Jesús descubre asimismo que el árbol, lejos de sentir vergüenza por las muchas cruces que van a salir de su cuerpo, se enorgullece. Porque el árbol sabe que de los hombres y mujeres que suelen ser clavados en esas cruces, muchos son los que, rebelándose contra los tiranos, tienen la última grandeza de dar la vida por un mundo más justo y más humano.
José enseña a Jesús a cortar el árbol con respeto y agradecimiento, como cosechando una fruta madura y muy rica… Le enseña a tallarlo con amor para que el mismo árbol, bajo otras formas,  viva más allá de sí mismo en el servicio de los humanos  hechos de tierra y sol como él.
De José Jesús recibe la columna vertebral que hace de él un hombre hecho y derecho. De José él hereda también esa capacidad de ver más allá de las  cortezas. Por eso, bajo cualquier facha de debilidad, de miseria y aún de fealdad, Jesús verá una obra maestra de la Creación, un ser de luz, un hijo o una hija de Dios. Vislumbrará en todo ser humano, incluso en la muerte, los esplendores de la Resurrección y del  Reino de Dios.  
María ve cómo,  a través de su oficio de carpintero, José es  un maestro cabal.  El material de base que Jesús utilizará para su Buena noticia destinada a toda la Creación, es José quien se lo pone en las manos. María lo ve, se maravilla y canta su Magníficat. 

                                                                                 Eloy Roy
                           

                                                            

jueves, 24 de marzo de 2016

CRUCIFICADO-RESUCITADO


Foto Internet

Yo, la humanidad, el mundo entero, estamos heridos, rotos, corroídos por la implacable muerte. Y asimismo vamos creciendo en un proceso continuo  hacia algo muy grande.

El Crucificado es el espejo de nuestra realidad de violencia, de pecado y de vuelta hacia el no-ser.  Imagen oscura que no alcanza sin embargo apagar el fuego tenaz que arde debajo de nuestras ruinas.

¡El Crucificado ha resucitado! Él me dice la larga marcha de la nada hacia el ser, me habla del largo camino de la noche hacia la luz. Del largo tránsito de la muerte hacia la vida, de lo absurdo hacia el sentido de todo. Me muestra la etapa poco gloriosa que estamos alcanzando, pero también me deja vislumbrar ya la meta hacia la cual nos vamos dirigiendo. Me dice con fuerza que todo este caos va a desembocar en la Belleza.

Para mí éste es el final de la Historia. Esto me atrae, atrae todas las cosas, atrae el universo. Tengo un sentir profundo de que todo aquello ya está grabado en el ADN del mundo.

El Crucificado-Resucitado me muestra el gran parto del Universo. Sobre todo me dice que a la raíz de esta aventura gigante, late la luz de un Corazón muy grande.
                                                          
                                                                                 Eloy Roy


  Al reunirse con Juan el Bautista, a quien los apparatchiks religiosos miraban como hereje y rebelde, se dio en la conciencia de Jesús una ...