lunes, 17 de septiembre de 2012

EL SÍNDROME DE LA ALONDRA DESPLUMADA



Todos sabemos que para crecer hay que producir y para producir hay que consumir. Pero mientras el consumo es un motor de la economía, su forma exacerbada, llamada “consumismo”, es un verdadero flagelo. En realidad, cuando se llega a vivir para consumir en vez de consumir para vivir, el consumo se torna en un cáncer sumamente maligno que lleva la sociedad a autodestruirse. 

Al consumir como bestias insaciables, engordamos a los que nos están devorando. Éstos son los Bancos, las multinacionales, los paraísos fiscales (y sus 30 trillones de dólares que escapan al impuesto) y aquellos lobbies que, en todos los países del mundo, se injieren en la economía (y por ende la política) de manera que los accionistas de las grandes empresas salen siempre ganando. Es así como nosotros mismos somos los que engordamos a los gordos que constituyen el 1% de la fauna humana, y enflaquecemos a los flacos que son el resto de la humanidad. 

Mientras más compramos, más damos de comer a esas máquinas que producen una enorme cantidad de cosas inútiles y aún nocivas que ya no caben sobre el planeta y que cada vez más nos atascan en las deudas. Para salir del pozo tenemos que matarnos… Y, mientras desarrollamos, entre mil neurosis, enfermedades más raras unas que otras, cada día el medio ambiente, que es la rama sobre la que estamos sentados, sigue haciéndose serruchar siempre un poco más. 

Para mejor entender esa mecánica de la que somos indiscutiblemente una pieza clave, les contaré otra pequeña historia de pájaros que un amigo sacó del Internet para mí. Es atribuida a Luther Burbank, un famoso botanista norteamericano (1849-1926). 

       Había una vez una alondra a la que le gustaba mucho
       volar, pero odiaba escarbar el suelo para sacar las
       lombrices que necesitaba para su alimento. 

       Un día, dio   con un hombrecillo que gritaba: “¡Vendo
       lombrices! ¡Dos lombrices por una pluma!” Sin pensar
       más, la alondra arrancó una pluma de sus alas y la
       cambió por dos lombrices. Se comió los bichos con 
       mucha satisfacción y se felicitó por el negocio. 

       Al día siguiente buscó de nuevo al hombrecillo y le 
       entregó otra pluma a cambio de dos lombrices. Esto se
       repitió día tras día durante varias semanas. Al final la
       alondra realizó que no le quedaban plumas para volar. 

       Al cambiar sus alas por un puñado de lombrices se
       había condenado a arrastrarse por el suelo sin poder 
       levantar vuelo. Había cambiado su libertad y su alma de 
       alondra por un plato de lentejas… 

Los individuos y las naciones que consumen como locos, sobrecargando por demás sus tarjetas de crédito, van inexorablemente por el camino de aquella infeliz alondra… 

Es bueno recordar que el Evangelio de Jesús abre camino hacia la vida en sobreabundancia, pero dicho camino no es siempre una autopista. Sin lugar a duda Jesús, que es sabio y nos ama, quiere preservarnos como de la peste del consumismo y de su infeccioso retoño: el “síndrome de la alondra desplumada”. 

                                                            Eloy Roy

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